El origen de esta práctica se remonta a principios de la década del 60, cuando en el Massachusets Institute of Technology (MIT), los estudiantes del prestigioso centro educativo se desafiaban unos a otros a crear programas de mayor capacidad que los existentes. De ese tiempo a esta parte, muchas cosas han cambiado. Las actividades de los hackers engloban varias categorías que definen de forma más especifica su campo de actuación, todas ellas tipificadas como delito en el Código Penal.
Los crackers, son los que más revuelo suelen causar. Distanciados de los hackers por criterios éticos y morales, se especializan, básicamente, en causar daño. Son famosos por robar información, desactivar las protecciones de software, ingresar en centros de seguridad restringidos o programar virus.
Los phreakers, se encargan de explorar los límites y alcances de las redes telefónicas manipulando frecuencias mediante la tecnología. Estos hackers de la telefonía, consiguen realizar llamadas gratuitas a cualquier parte del mundo y en términos más drásticos vulnerar centrales importantes. En su afan por descubrir las limitaciones de las redes telefónicas, acaban incurriendo en situaciones que los pueden poner tras las rejas. Actualmente, los phreakers tienen también como blanco a la telefonía móvil, a las tecnologías inalámbricas y el VoIP.
También, con el paso del tiempo, los modos de hackeo han ido aceptando nuevos términos. El denominado hacktivismo es uno de ellos. En este caso, los hackers emplean sus conocimientos para difundir ideologías políticas, generalmente relacionadas con la libertad de expresión y los derechos humanos.
Con los avances tecnológicos existentes en la actualidad, se hace difícil prever el alcance que estas actividades tendrán en un futuro. Lo que sí se puede intuir, dentro de la naturalidad inherente al hacker de superar sus propios límites, nuevos desafíos se presentarán para quienes intentan contrarrestarlos.